Autor de Yo, Robinsón Sánchez, habiendo naufragado (1992), El misterio Velázquez (1998) y Una habitación en Babel (2009), entre otras muchas obras, Eliacer Cansino (Sevilla, 1954) está considerado uno de los creadores más relevantes de la narrativa contemporánea para jóvenes en España. Su novela El chico de las manos azules, publicada por Bruño, fue seleccionada como una de las obras ganadoras del Premio Fundación Cuatrogatos 2016.
En esta entrevista, Cansino nos habla, entre otros temas, sobre la génesis de este libro y sobre las reacciones que ha generado en los lectores juveniles.
¿Cómo nació la novela El chico de las manos azules? ¿Qué lo impulsó a escribirla?
Como en casi todas mis novelas suele haber un impulso inicial, provocado por alguna experiencia de la realidad, que despierta mi imaginación o me hace atender a algo que ya estaba latente en mí, pero que aún no había salido a la luz. En este caso fue la aparición de un músico callejero y un chico que pedía una limosna. Cuando el chico se acercó a mí y extendió su mano selló sin darse cuenta el origen de la novela. Todo lo que hice después fue intentar explicar su presencia, mostrar qué había tras aquellos ojos que me habían mirado aquella tarde.
¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Cuáles fueron los mayores retos?
Fue una novela que surgió con bastante fluidez, sin excesivas disyuntivas ni vueltas atrás. Quizá el reto más complicado fue contar los episodios de una vida difícil, incluso dolorosa, sin caer en lo melodramático. Igualmente, combinar la crudeza de las situaciones con un cierto idealismo de los protagonistas. Un idealismo esperanzado que siempre intento mantener.
¿Cómo han acogido los jóvenes lectores esta obra? ¿Ha tenido la oportunidad de escuchar sus opiniones?
Sí. Suelo hacer muchos encuentros con jóvenes lectores, tanto en clubes de lectura en las bibliotecas como en los centros escolares. Y me ha sorprendido el interés que ha despertado la novela en ellos. A casi todos les interesa mucho saber qué hay de ficción y qué de realidad. Yo les contesto que una novela es una ficción que nos devuelve con otra mirada a la realidad. En esa afirmación se concentran dos de las virtudes de la literatura: interés y conocimiento. Un conocimiento que no es puramente racional, que a veces es intuitivo, emocional, estético. Frases como “nunca había pensado en esto, pero ahora veo las cosas de otra manera”, dichas en boca de un joven, me reconfortan.
Aunque El chico de las manos azules se remite a los sucesos de la guerra de los Balcanes, la problemática de los inmigrantes y de los desplazados por conflictos sociales tiene una gran actualidad en este momento. ¿Qué reacciones le gustaría que despertara la lectura de la novela entre sus lectores?
En efecto, el dato concreto de la guerra de los Balcanes no era lo que más me interesaba. Constituye el andamiaje de la novela. Me interesaba más lo que usted dice: el fenómeno de los desplazados, de aquellos que sufren por causa de una catástrofe inesperada que los obliga a salir de su casa y de su tierra, que han de improvisar soluciones a sus vidas y recuperar la dignidad que las circunstancias les han arrebatado. Y desgraciadamente, eso parece no acabar nunca. Sucede en todos los territorios y lugares. Cuando escribí El chico de las manos azules, el problema de la inmigración masiva en Europa a causa de la guerra de Siria, aún no existía. Parece que la novela no solo hablaba del pasado.
En cuanto a las reacciones, la fundamental es la de una conmoción literaria, estética, artística o como quiera llamarle. Que el lector vuelva sobre algún pasaje no sólo por lo que dice, sino por cómo se dice, que se emocione, que encuentre sugerencias, ideas…. Si no se consigue eso, aunque transmitiera un mensaje, no estaría satisfecho. La literatura no es un “servicio de mensajería”. Ningún escritor, ni siquiera Cervantes, a pesar de lo que dice pretender al escribir El Quijote -–a la vista está que no–, escribe para transmitir solo un mensaje. Si además de lo anterior mi novela provoca en el lector un impulso de solidaridad, mejor que mejor.
Su novela llegó a nuestras manos por puro azar, o más bien por esos caminos imprevistos que buscan los libros para llegar a las manos de quienes saben apreciarlos en lo que valen. ¿Cuál fue su reacción al enterarse de que un grupo de intelectuales hispanos residentes en Estados Unidos, vinculados a una pequeña fundación que promueve la literatura y la lectura en español, la escogió como uno de los mejores libros iberoamericanos para niños y jóvenes del año?
Me gusta mucho eso que dice de “los caminos imprevistos” que siguen los libros. Y creo que es así. Suelo decir que un libro nos espera, que unas veces lo encontramos y otras, desgraciadamente, no. Sentí una enorme alegría cuando me dijeron que la Fundación Cuatrogatos habían elegido mi libro como uno de los mejores libros para jóvenes. Al enterarme se mezclaron dos sentimientos: uno, la confirmación de que un libro es un diálogo con alguien desconocido (a veces de distinto lugar e incluso distinto tiempo); el otro, comprobar la existencia, al otro lado del Atlántico, de esa maravilla compartida que es la lengua española. Una herencia común que nos une a un mismo tronco cultural y humano.