El escritor y traductor Alejandro Palomas nació en Barcelona, en 1967, y cursó estudios de Filología Inglesa en la Universidad de Barcelona. Posteriormente hizo una maestría en Poesía Inglesa en el New College de San Francisco, en Estados Unidos. Ha publicado El tiempo del corazón, El alma del mundo, El secreto de los Hoffman, Una madre y Un perro. Su novela Un hijo (La Galera/Bridge) fue una de las obras ganadoras del Premio Fundación Cuatrogatos 2016.
A propósito de este último libro, Alejandro Palomas nos respondió algunas preguntas:
¿Cómo surgió la idea de escribir Un hijo?
Un hijo es una novela que llevo escribiendo desde hace casi más de veinte años. De hecho, es la primera novela como tal en la que he trabajado. Escribí la primera versión a los veinticinco años. Vivía en Chile por aquel entonces y quizá por la distancia física o quizá porque Chile es mi segunda casa, tuve la necesidad de recuperar esa infancia que había quedado atrás y que de algún modo sentía mal colocada, mal instalada. Esa versión quedó descartada en cuanto la terminé y retomé el proyecto de la novela muchos años después, a los 35/36. De nuevo una versión que no funcionó. Diez años después, a la tercera, llego la definitiva. Yo llevo un niño dentro que sigue sin sentir que tiene su lugar exacto en el mundo, que algo no encaja del todo y que necesita de la magia, de la imaginación, para poder seguir. Guille es exactamente la recuperación de esa mirada: la salvación a través de la magia, la fe en lo que solo uno ve y las ganas de que la vida nos sorprenda para bien cuando a veces parece que todo apunta a lo contrario.
¿Cómo fue el proceso de escritura de la obra?
No ha sido la novela más fácil, esa es la verdad. Ha habido mucho trabajo con las voces, era importante que desde un principio los personajes quedaran claramente definidos a partir de lo que dicen y de cómo lo dicen. Y trabajar con niños en la ficción adulta es como en el cine: complicado, aunque cuando lo consigues, doblemente satisfactorio. Fue, además, un proceso corto y muy intenso, como siempre ocurre con mis novelas. Para escribir Un hijo utilicé una silla y un pupitre que pedí prestados a una escuela local. Necesitaba trabajar, pensar y vivir con los ojos a la altura de la mirada de un niño de nueve años, y así fue cómo lo hice: convirtiéndome en Guille, siendo él. Físicamente fue una experiencia dura. Emocionalmente, incomparable.
¿Por qué optaste por contar la historia a través de varios narradores?
Normalmente es la técnica que utilizo siempre. Esa es mi marca. No la he empleado con Una madre ni con Un perro, pero con todas las demás lo he hecho siempre así. Prefiero que sean los personajes quienes cuenten, que hablen directamente sin filtros al/la lector/a, intervenir lo menos posible para no coartar el dinamismo emocional de quienes realmente importan. ¿Cuál fue el reto mayor que representó esa decisión? El reto, en este caso, fue que la voz de Guille fuera en todo momento la voz de un niño de nueve años, que su proceso mental no saliera nunca de ese margen, que todo se mantuviera fiel a ese eje infantil tan orgánico.
¿Cuál de los personajes del libro es tu favorito?
Guille, sin duda.
La novela fue publicada por La Galera, una editorial con larga trayectoria en el mundo de la literatura infantil y juvenil. ¿Desde el principio concebiste Un hijo como un libro para jóvenes?
Nunca he concebido el libro para jóvenes. De hecho, lo escribí para adultos. Curiosamente, ha sido la propia novela la que “pidió” ese público, no yo. La verdad es que no sé escribir para jóvenes, no sé pensar en ellos cuando escribo, supongo que porque para mí los jóvenes son pequeños adultos a los que podemos dirigirnos sin ningún filtro adicional.
¿Qué reaccciones ha despertado el libro entre los jóvenes lectores?
Bestial. Desde los de 9 años a los de 18, Guille despierta muchas cosas en todo momento. Hay algo en esta novela que yo no identifico y que les fascina. Esa fragilidad, esa fuerza de Guille a través de lo más pequeño. Es como si contactaran con una parte de sí mismos/as que no identifican fácilmente en otros ámbitos y que tampoco saben cómo compartir. Es… magia.
¿Qué encontrarán quienes se sumerjan en las páginas de Un hijo?
El poder de lo pequeño, la sorpresa de adentrarse en una realidad en la que nada es lo que parece, pero todo es lo que se intuye. Encontrarán la ternura donde no suele estar, la madurez donde es difícil verla, la grandeza de lo minúsculo y la delicadeza de lo que a menudo damos por sentado. Es un mundo real en el que todo puede ser mejor porque todo tiene explicación y también voz.
¿Cómo recibiste la noticia de que una fundación con sede en Estados Unidos, dedicada a promover la literatura infantil y juvenil en español, había premiado Un hijo?
Yo llevo muchos años insistiendo e intentando que mi obra llegue a Latinoamérica. Es curioso lo de compartir cultura y lengua, pero no mercado. Sé que mi mercado natural es ese, no solo porque soy mitad chileno y conozco bien a mi gente, sino porque el color de mi narrativa, de mi humor, de mi línea de pensamiento es muy latino. Cuando recibí la noticia, pensé: “Por fin ha llegado el momento. Por fin alguien lo ve”.
Has publicado Un hijo, Una madre y recientemente Un perro. ¿La selección de esos títulos responde a una intención… o simplemente no te complicas a la hora de ponerle nombre a los libros?
Responde a una intencionalidad muy clara. Después de la línea de títulos en la que había trabajado hasta entonces, pensé que había que dar un cambio radical, dejar que sea el lector o la lectora quien descubra por sí mismo/a la poética de la narración y no anunciarla con un título que ya avance lo que está por llegar. Y quería el impacto de lo sencillo. me gusta lo sencillo, lo parco, lo que se aleja del adorno. Quizá en eso soy cada vez más infantil, más primario. Quería llegar directo al plexo con este nuevo perfil de títulos, desde la emoción a la emoción, y por la respuesta del público, creo que hasta ahora ha sido un buen cambio.