"Canciones de columpio" y otros poemas

Juan Carlos Martín Ramos
Canciones de columpio

A la una
Ya vengo, ya voy.
Columpio con alas,
campana del aire.
Mi sombra va y viene
más chica y más grande.
Ya vengo, ya voy.
La puerta del viento
se cierra y se abre.

Y a las dos
Cuando cierro los ojos,
mi columpio es el mar.
Caballito de oro,
bosque de coral.
Cuando cierro los ojos,
mi columpio es el viento.
Mariposa bordada,
flor de mi pañuelo.

(De Las palabras que se lleva el viento, Editorial Paraninfo).


Cuando cuente tres

Cuando cuente tres,
aunque te escondas,
te encontraré.
Una, dos y tres.
Detrás de la puerta,
mi prima Inés.
Debajo de una hoja,
un ciempiés.
Una, dos y tres.
En la veleta,
el aire que nadie ve.
En el fondo del espejo,
mi cara al revés.
Al volver la esquina,
mi sombra en la pared.
Una, dos y tres.
Al pasar la página,
otro poema para leer.

(De Canciones y palabras de otro cantar, Editorial Edelvives).


La palma de mi mano

La palma de mi mano
parece un viejo mapa
de papel arrugado.
Un mapa donde veo
caminos que se cruzan,
montañas y desiertos.
Si lo miro de cerca,
me acarician las nubes,
los ríos me reflejan.
Puedo borrar de un soplo
mis pasos en la arena,
las hojas del otoño.
En este viejo mapa,
puedo llegar muy lejos
sin salir de mi casa.
Cuando cierro la mano,
oigo silbar al viento,
la lluvia en el tejado.

(De La alfombra mágica, Anaya Infantil).


Poeta en Nueva York
(Federico García Lorca)

Con el mar en la solapa
como una flor,
llegó Federico
al puerto
de Nueva York.
¡Ay, ay, ay, ay!,
gritó Federico
al ver las altas torres,
clavadas
en el cielo
de Nueva York.
Perdido en un laberinto,
su traje blanco
se puso rojo,
manchado
por la aurora
de Nueva York.

¡Ay, ay, ay, ay!,
escribió en su cuaderno
Federico
y, desde entonces,
una lágrima de tinta
resbala por la mejilla
de la luna
de Nueva York.

(De Poeta eres tú, Creotz Ediciones).


La punta de la lengua

Según me cuenta mi abuelo,
cuando era niño,
con la punta de la lengua
chupaba la cuchara
que su madre usaba
para hacer caramelo.
Pero cuando se hizo mayor
y se fue solo al extranjero,
escribió tantas cartas
que, en la punta de la lengua,
se le quedó para siempre
el sabor amargo
de pegar los sellos.

(De Versos de calendario, Kalandraka Editora).