Manos de viento: Un viaje a Cueva de las Manos

Manos de viento: Un viaje a Cueva de las Manos. Istvansch

"La pintura está en decadencia después de la edad de las cavernas".
Joan Miró, 1928 (en broma, supongo).

La editorial argentina Arte a Babor ha enriquecido su valioso catálogo con otro libro que busca aproximar a las nuevas generaciones a distintas manifestaciones del universo de las artes plásticas. En calidad de escritor e ilustrador, Istvansch firma Manos de viento. Un viaje a Cueva de las Manos, una imaginativa propuesta que nos acerca a las pinturas rupestres que crearon en una caverna, entre tres y diez milenios atrás, los antiguos pobladores del cañadón del río Pinturas, en la Patagonia. 

Con tijeras y cartulinas, títeres planos (que retoman motivos provenientes de las pictografías), un acertado manejo de los colores y de la profundidad, su creatividad característica y su recurrente poética de la sencillez, Istvansch recrea el entorno y la vida cotidiana de los miembros de clanes prehistóricos que nos legaron un extraordinario tesoro artístico: representaciones de escenas de caza, imágenes de veloces guanacos, algunos dibujos abstractos y huellas de manos, muchas manos. 

En esta obra, como resultado de un ejercicio tan respetuoso y documentado como libre y desenfadado, Istvansch entremezcla –y fusiona armoniosamente– ficción e información. El texto, conciso y de indudable elegancia, fluidez y sentido del ritmo, enlaza tres narraciones. La primera de ellas, titulada “Historia del cañadón en espejo”, evoca una exitosa jornada de cacería, la comida que comparte la tribu alrededor de una hoguera y la exhortación que, al amanecer del siguiente día, hace una anciana a los hombres para que sustituyan sus instrumentos de caza por primitivos pinceles y dibujen (¿a manera de invocación?) una manada de esos guanacos que les sirven de alimento. 

El segundo relato, “Historia de las dos entre doscientas manos”, fantasea sobre dos mujeres jóvenes, amigas de muchos años, que, mientras la comunidad duerme, recuperan sus diversiones de infancia y juegan en la noche a soplar pigmentos de colores y plasmar en la piedra los contornos de sus manos. Por último, la pieza “Historia del primer bailarín” nos presenta a un hombre con escasas habilidades para la caza, pero que descubre que puede hacer reír al grupo con sus imitaciones y sus saltos y que, de alguna manera, prefigura el aporte del artista en la vida de una comunidad: “la imprescindible inutilidad de la alegría”. 

El tríptico de viñetas, inspirado en las pinturas que perduran dentro de Cueva de las Manos, fabula libremente sobre los orígenes de las obras y sobre las circunstancias en que estas fueron creadas.

Más allá del disfrute estético que genera su lectura, Manos de viento cumple a plenitud la que tal vez sea su más importante premisa: sembrar en el lector –un lector de edad difícil de predeterminar– el deseo de investigar y conocer más sobre este sitio arqueológico de la geografía patagónica, declarado en 1999 Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, donde dejaron indelebles huellas los primeros y maravillosos artistas de la prehistoria de América Latina.
Antonio Orlando Rodrí­guez