Al llegar la noche...

Ricardo Alcántara

Carlos y Ana eran hermanos gemelos. Aquel dí­a cumplí­an nueve años y sus padres decidieron hacerles un regalo. A la niña le compraron un perro, y al niño, un gato.

Al ver los animales, Carlos y Ana gritaron entusiasmados:

-¡Son preciosos!

Pero... al quedar frente a frente, los animales se miraron con malos ojos.

-¡Aaah, es un perro ..., pensó el gato.

-¡Aaah, es un gato..., pensó el perro.

Sin más, cada uno decidió para sus adentros: “Jamás seré amigo de ese bicharraco”.

No hicieron el mí­nimo esfuerzo por caerse simpáticos. Todo lo contrario.

El gato trataba de asustar al perro enseñando sus uñas.

El perro le gruñí­a poniendo cara de malo.

En cuanto los amos se distraí­an, el gato le asestaba al perro un zarpazo en la cola.

Y el perro, al descubrir que el gato detestaba el agua, no perdí­a ocasión de mojarlo.

El perro se vengó escondiéndole la comida a su adversario. Pero el perro le devolvió el golpe tomándose su tazón de leche.

Durante todo el dí­a, no dejaron de molestarse mutuamente.

Hasta que cayó la noche. Entonces, Carlos, Ana y sus padres apagaron las luces y se fueron a la cama.

El perro y el gato quedaron solos en medio de la oscuridad.

Era la primera noche que pasaban lejos de su madre, y eso les hací­a sentirse muy solos.

Tal era el susto, que temblaban de la punta de las orejas a la punta de la cola.

Sin atreverse a dar un paso, miraron a su alrededor con ojos de miedo.

En medio de la oscuridad, cada uno vio brillar los ojos del otro.

Sin pensárselo dos veces, se acercaron corriendo. Y acabaron, juntos y abrazados, debajo del sofá.

Estando tan unidos, no les asustaba la oscuridad.