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Mónica Rodrí­guez: "Escribir es un trabajo que requiere constancia, paciencia y oficio"

Sergio Andricaí­n y Antonio Orlando Rodrí­guez

En Cuatrogatos "descubrimos" a Mónica Rodrí­guez años atrás, cuando cayó en nuestras manos su libro Palabras caracola, publicado por Ediciones SM en 2011, cuya lectura constituyó una grata sorpresa. La impresión de que a la LIJ española se habí­a sumado una voz singular quedó ratificada por Diente de león (Edelvives, 2012). Pero por entonces aún estábamos lejos de imaginar que un tiempo después esta creadora no sorprenderí­a con una andanada de libros de indudable originalidad, vuelo estético y significación dentro del panorama iberoamericano, como Manzur o El ángel que tení­a una sola ala (Anaya, 2015), El cí­rculo de robles (Ediciones SM, 2014; ganador del Premio Fundación Cuatrogatos 2016), Alma y la isla (Premio Anaya 2016; Lista White Ravens 2016), El asombroso legado de Daniel Kurka o El secreto de Nikola Tesla (Finalista del Premio Gran Angular 2015), La partitura (Premio Alandar 2016). Dos de sus libros más recientes, La tí­a Clí­o y la máquina de escribir (Ediciones SM, 2015) y Piara (Narval, 2016) ejemplifican la diversidad de temas y registros expresivos de que hace gala esta autora.

El pasado año, en nuestro blog publicamos las respuestas de Mónica a un cuestionario acerca de su libro El cí­rculo de robles; en esta oportunidad, nuestra entrevista se propone indagar en temas como su relación con el lenguaje, el origen de sus historias y otros temas.

¿Cómo surgió tu interés por la literatura infantil?

De un modo natural, me gusta mucho leer y escribir y también me fascina el mundo de los niños, esa mirada nueva hacia las cosas. Simplemente ambas aficiones se unieron.

¿Qué autores fueron importantes en tus primeros pasos como autora de ficciones?

El autor más importante, sin duda, fue (y es) Gonzalo Moure. Es un escritor y una persona excelente, que conocí­ a través de su sobrino y que me guió en mis primeros pasos, hace ya casi veinte años, y que todaví­a lo sigue haciendo, de una manera absolutamente generosa, profunda y lúcida. Si tengo algo bueno en mi escritura se lo debo a él. Y claro también a tantas otras lecturas que me han transformado como lectora, como escritora y como persona. Porque escribir no empieza con uno mismo, como decí­a Carlos Fuentes.

Si alguien no conociera tu producción literaria, ¿qué tres libros le recomendarí­as para que se acercara a ella, y por qué razones?

Elegirí­a tres libros muy distintos, por ejemplo: Alma y la isla, un libro más breve, poético, duro y a la vez hermoso, que habla sobre el complejo tema de la crisis de refugiados en el Mediterráneo. El cí­rculo de robles, que es un libro para un lector más avanzado, muy diferente del primero, donde hablo de la diferencia y de cómo la ignorancia convertida en superstición nos puede llevar a terrenos equivocados y prejuiciosos y, por último, La partitura, una novela juvenil (o no) que habla de la obsesión, del amor, de la autorí­a y la legitimidad de las obras de arte y de hasta dónde se debe llegar para conseguir el éxito como artista. Una novela que me llevó mucho tiempo escribir y donde traslado al lector muchas de las preguntas que yo me hago. Curiosamente he elegido tres libros muy recientes. Habí­a incluso pensado añadir otro, Marí­a Bichos, que ni siquiera está publicado (verá la luz en septiembre de 2017), porque creo que ofrece otra cara de mi escritura, la más gamberra y surrealista. Pero esto para otro año ya, je.

¿Ha cambiado tu concepción de la literatura infantil y juvenil desde que publicaste tu primer libro de la serie Candela, en 2008, hasta La partitura, el más reciente?

Más que mi concepción de la LIJ, que también, mi forma de enfrentarme a ella, de sacar mi propia voz, de no impostar y buscar en los textos lo que en la vida no acabo de encontrar (tampoco lo encuentro en ellos, pero me sirve como medio para reflexionar). Y en todo este crecimiento ha tenido mucho que ver Gonzalo Moure, claro.

En los últimos años los premios literarios te han sonreí­do. ¿Qué te atrae de los certámenes literarios?

El reconocimiento, la posibilidad de publicar más rápidamente que enviando el texto a la editorial (muchos de mis libros se han publicado sin ganar, por haber sido finalistas) y el dinero que permite alargar mi excedencia para dedicarme por entero a escribir. Ganar un premio para mí­ significa ganar tiempo.

Tengo que matizar que es verdad que en los últimos años me han sonreí­do los premios, pero llevo muchos presentándome. Escribir es un trabajo que requiere constancia, paciencia y oficio. El último solo se consigue escribiendo y escribiendo. Y leyendo, claro. Es natural que ahora escriba mejor que hace diez años.

¿Cómo se insertan tus libros en el panorama actual de la literatura infantil y juvenil en España?

Mi lí­nea es en general realista. Cuido mucho cada palabra que escribo, las imágenes con las que quiero transmitir la historia al lector, los silencios. Creo que en este sentido mi obra, que es realista y poética, va en la lí­nea de un grupo de autores actuales españoles como Gonzalo Moure, Ricardo Gómez, Alfredo Gómez Cerdá, Paloma Muiñas, Rosa Huertas... salvando las diferencias, claro.

¿Por dónde suelen empezar tus historias? ¿Una imagen, un personaje, un espacio, una idea?

A veces una imagen, a veces un personaje, a veces un espacio y a veces una idea.

¿Planificas la trama y los detalles de tus libros o vas creándolos sobre la marcha?

Voy dejando que la historia me vaya sorprendiendo en ese acto que Gonzalo llama escrivivir o que una niña de diez años, en uno de mis encuentros, definió como caminar por un sendero de niebla que va disipándose a medida que avanzas. Esto tiene sus ventajas y también muchos inconvenientes. Requiere mayor corrección de lo escrito para que todo encaje y a veces llegas a callejones sin salida.

¿Cómo es tu relación con las palabras? ¿Qué importancia le confieres al lenguaje?

Mi relación es pasional, tormentosa, posesiva, maravillosa. Adoro las palabras, creo que no son inocentes y cuido mucho cada una de las que escojo hasta el punto de que, en ocasiones, escribo y reescribo un párrafo decenas de veces, buscando la palabra perfecta, que no siempre encuentro. Por eso corrijo mucho. Si me dejo llevar soy un torrente. Esa es la parte tormentosa. Debo eliminar y eliminar.

¿Y cómo es tu relación con un mercado editorial que cada vez parece pedir más a los autores temas y "valores" que se correspondan con la demanda?

Bueno, en realidad yo no tengo una editorial que me pague por adelantado un texto, así­ que yo escribo en mi casa lo que me sale, lo que quiero o más acertadamente, lo que puedo y luego lo enví­o a una editorial. Si lo rechaza, lo enví­o a otra, revisándolo por supuesto para entender el rechazo, y así­. No creo que sea bueno pensar en escribir algo que las editoriales o el mercado desean porque eso serí­a engañar a los lectores. Escribir es un compromiso que conlleva mucha responsabilidad y mucha verdad.

¿Te gusta tener encuentros con tus lectores en escuelas y bibliotecas? ¿Qué te aportan esas actividades?

Claro, es una actividad maravillosa, aunque también agotadora y entiendo que necesaria para tener esa retroalimentación. El entusiasmo de los niños, su capacidad de asombro, su necesidad de ir un paso más allá, su sinceridad, sus ganas de asumir riesgos son una de las mayores motivaciones a la hora de volver al tajo, o sea, a escribir.

¿Qué es lo más sorprendente o conmovedor que te haya comentado un niño o joven después de leer un libro tuyo?

Recuerdo una niña de 12 años que me dijo: -Te voy a ser sincera, yo no soy nada lectora, pero tu libro me ha llegado aquí­ , y se señaló el estómago (no el corazón, ni la cabeza, el estómago). Yo le dije: -Claro que eres lectora, solo que no lo sabí­as . En otra ocasión un niño de 10 años me dijo que después de haber leí­do mi libro no podí­a dejar de pensar en él, buscando completar la historia, los huecos, tratando de continuarla. Eso también me pareció hermoso. Leer es un acto tan creativo.

¿Te has sentido tentada de incursionar en la narrativa para lectores adultos o tienes planes de hacerlo?

Tengo algunos textos que claramente no están destinados a niños ni jóvenes, quizá muy en el lí­mite, quizá textos extraños, pero ahí­ están, en una carpeta del ordenador muy ordenaditos. Cuando abordo un texto, es el propio texto el que manda y a veces empieza a derivar por caminos insospechados, que pueden llegar a separarse de lo que se considera adecuado para niños y jóvenes.