Primer centenario de Oscar Alfaro: un autor dedicado a escribir para los niños

Ena Columbié
Para celebrar el centenario del natalicio del escritor y periodista boliviano Oscar Alfaro (Tarija, 1921-La Paz, 1963) nada mejor que realizar un paseo por su obra literaria para niños y jóvenes, que se distingue por ser pionera en su país. Era joven cuando murió: tenía solo con 42 años y le apasionaba escribir relatos y poemas, y había expresado su inquietud por comenzar con la narrativa larga, la novelas. Pese a su juventud, dejó una amplia producción en poesía, cuento, periodismo y crónicas. Muchos de sus versos fueron musicalizados por diferentes compositores, y algunos han sido traducidos a varios idiomas. Su obra poética y narrativa para la infancia es conocida y apreciada dentro y fuera de Bolivia.

Tengo frente a mí la primera edición de uno de sus libros, El circo de papel, que fue publicado en La Paz en 1970. Es un homenaje póstumo de su cónyuge Fanny Mendizábal de Alfaro a él, pero a la vez es un homenaje de Alfaro a los niños, a quienes dedicó casi todo su talento y quehacer literario. Mendizábal transformó la tristeza provocada por la muerte de su esposo en esfuerzo por mantener viva su peculiar voz, de amplio registro humanístico, y lo logró. Hoy desde una casita en Miami recuerdo las creaciones de Alfaro y escribo para que los niños y los adultos que no conocen su obra se animen a leerlas.

El circo de papel reúne cien poemas y el primero se titula “El alfabeto”, que comienza con este regalo de naturaleza lúdica:

El alfabeto

Amiguito, te regalo
este circo de papel.

Con payasos diminutos,
igual que granos de té
que se doblan como letras
y forman el abecé.

¡Qué juguete más bonito!
¿Te quieres quedar con él?

A partir de este poema pórtico, el libro se convierte en un bestiario, como han llamado desde la Edad Media hasta hoy a los libros de textos e ilustraciones que describen animales reales o imaginarios; pero estas criaturas no son bestias, más bien son animales amigos del cariño, resultado de la mirada poética y fantasiosa del autor. En sus páginas encontraremos un caballo que “en sus relinchos canta la vida”; un guanaco y una vicuña, de pelambre blanda, un burrito botánico que sabe leer el campo, y una vaca que recorre el cerro con vestidura remendada de tres colores. También hallaremos un cerdito que en su lomo porta mapas, gran cantidad de gatos, un lobo tímido, un conejo fantasma, un cisne misterioso, un sapo capitán de barco, un grillo con ínfulas de Paganini y muchos, muchísimos más animales que conforman la colección. Me imagino la curiosidad y el asombro de los niños al disfrutar la lectura de esta obra. 

Pero no solo hay animales, también el lector encontrará canciones de cuna de la Cordillera a sus criaturas:  

Arrorró Colla

Arrorró llamita,
—canta la mamala—,
oye la voz honda
de la Pachamama.

Tú no tienes madre,
ni yo tengo guaguas,
duérmete en mis brazos,
pobrecita huajcha.

No te vayas lejos,
mi vellón de lana,
que el cóndor del cerro
te alzará en sus garras.

Sueña con un cielo
lleno de montañas,
donde corretean
guanacos con alas.

Allí está tu madre,
parada en dos patas,
lamiendo la luna
—trozo de sal blanca.

Duérmete llamita,
en la paja brava,
sobre tu cabeza
una estrella canta.

El viento ovejero
ladra a la manada
y en el cerro duermen
la chola y la llama.

Oscar Alfaro sintió preocupación, durante toda su vida, por las personas de su país y la forma en que vivían, porque había y hay muchos pobres, por eso su constancia en exponer las costumbres y penurias de los bolivianos, especialmente de los niños, para crear conciencia en el mundo de su situación, lo que muestra la sensibilidad del autor por sus semejantes, un hecho que lo universaliza. Igualmente sus obras hablan de las tradiciones de su pueblo como digno heredero literario del más grande poeta latinoamericano y uno de los más grandes del mundo: el peruano César Vallejo. 

En sus textos apela a la riqueza de la lengua española y también a la de sus ancestros indígenas, y cuenta historias del pasado, de cuando los incas construyeron el vasto imperio del Tahuantinsuyo; describe las plantas y los frutos de su país: hongos, higos y papas; las flores que adornan sus campos: amapolas y kantutas; los paisajes bolivianos con sus serranías y sus tierras cultivadas, y sobre todo la gente que vive en ellos.

Las hermosas ilustraciones, realizadas por Clovis de Oropeza, también periodista, se distinguen por el delicado trazo. Pero no voy a revelar más, los invito a disfrutar El circo de papel y de otras obras que puedan encontrar de Oscar Alfaro y que celebren, junto a Cuatrogatos, los cien años de su voz, que no se apaga. A las personas interesadas les dejamos estos enlaces: