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Ricardo Alcántara: "Escribo para darles a mis personajes la oportunidad del cambio"

Sergio Andricaí­n

El escritor Ricardo Alcántara nació en Montevideo, Uruguay, en 1946. A los 17 años partió rumbo a Sí£o Paulo, Brasil, para estudiar la carrera de psicologí­a. Posteriormente, en 1975, decidió radicarse en Barcelona, España, donde no tardó mucho en iniciar una fructí­fera carrera en el terreno de la literatura infantil y juvenil. De su éxito profesional hablan los importantes galardones que ha obtenido, entre ellos el Serra d'Or (1979), el Austral (1987), el Lazarillo (1987) y el Apel·les Mestres (1990), y también su amplí­sima bibliografí­a, que incluye desde libros para la primera infancia hasta narrativa para adolescentes. 

Con esta entrevista queremos profundizar en la trayectoria vital y artí­stica del autor de obras como Gustavo y los miedos, Un cabello azulEl hijo del vientoEl aguijón del diablo y ¿Quién quiere a los viejos?, por apenas mencionar unos tí­tulos. A continuación, nuestras preguntas y las respuestas que gentilmente nos hizo llegar Alcántara:

¿Qué te gustaba hacer en tu niñez? 

Jugar en la calle con los amigos del barrio y, cuando me cansaba, esconderme detrás de la vieja bañera de casa; allí­ podí­a imaginar a mi aire, me sentí­a protegido, a salvo.

¿Leí­as mucho? ¿Cuáles eran tus lecturas preferidas?

Fui un lector tardí­o. En la escuela no habí­a libros de literatura y en casa no eran lectores. Descubrí­ la magia de la lectura con nueve años. Resulta que mi hermano enfermó de paperas y, amablemente, me las contagió, o yo sentí­ envidia al ver que lo cuidaban con tanto mimo y también enfermé. El caso es que tuvimos que pasar unos cuantos dí­as en la cama, sin poder levantarnos, y lo llevábamos lo mejor que podí­amos. Una tí­a abuela vino a vernos y nos trajo un libro a cada uno. Mi hermano hojeó el suyo y, rápidamente, lo dejó debajo de la cama. Yo abrí­ el mí­o, comencé a leerlo y sucedió eso tan fantástico que te convierte en lector para el resto de la vida: al llegar al cuarto párrafo, de entre las letras salió una mano invisible que me agarró y me metió de lleno dentro de la historia, para que pudiera vivir la aventura junto a los personajes. Ese libro era Alicia en el paí­s de las maravillas. A partir de entonces no dejé de leer, pero tampoco de jugar con los amigos, ni de esconderme detrás de la vieja bañera para imaginarme en aquel fantástico mundo donde me hubiese gustado vivir.

En esa temprana etapa de tu vida, ¿pensaste alguna vez que serí­as escritor?

No, en ningún momento se me pasó por la cabeza. Sin embargo, tení­a claro que no querí­a ser dentista, ni arquitecto, peluquero o carnicero. Lo que hací­a parte de la realidad más próxima no me interesaba; querí­a parecerme a esos personajes fantásticos que aparecí­an en la gran pantalla del cine. Querí­a ser pirata, Tarzán, indio y, sobre todo, trapecista. Comencé a ir al cine a los cinco años y, desde entonces, el cine es una de mis pasiones.

¿Cuándo comenzó tu carrera como autor? 

Faltaban pocos meses para acabar la carrera de psicologí­a, cuando un viento fuerte desordenó las piezas de mi rompecabezas interior y las recolocó. En cuestión de segundos me di cuenta que no querí­a ser psicólogo, que habí­a nacido para ser escritor. Quedé un poco desorientado, pues incluso tení­a trabajo como psicólogo, en cambio no sabí­a qué debí­a hacer para convertirme en escritor, aparte de escribir, claro está. Siempre pensé que la vida no cesa de darte oportunidades y, en un momento tan especial, sabí­a que no me iba a dejar abandonado. Aguardé muy atento y, pocos dí­as después, vi en un periódico la convocatoria del premio Governador do Estado de Sí£o Paulo. Era en portugués (pues viví­a en Brasil), en prosa (yo escribí­a poesí­a y no compartí­a con nadie lo que hací­a) y para niños (hací­a años que ni siquiera leí­a literatura infantil). Decidí­ probar. Escribí­ un cuento titulado Guaraí§ú y me fue muy bien. Así­, casi por casualidad, llegué al mundo de la literatura infantil y juvenil. No sé qué motivo interior me lleva a escribir para niños y jóvenes (es que el mundo de la creatividad tiene muchos secretos que no comparte con nadie), pero sé que es ahí­ donde debo estar.

Estudiaste psicologí­a y has realizado muy diversos trabajos: artesano, cocinero y trabajaste en una guarderí­a. Por otra parte, naciste en Uruguay y viviste en Brasil antes de radicarte en Cataluña. ¿Algunas de estas facetas tuyas han influido en tu escritura? 

Todas. La psicologí­a me ayuda a conocer y reconocer los resortes que actúan en el comportamiento de las personas, a definir mis personajes, a hacerles creí­bles. Perfeccionó mi capacidad de observación, algo fundamental para un escritor, pues antes de comenzar un nuevo relato el escritor debe observar hacia fuera y, cuando se dispone a garabatear la primera letra, debe mirar atentamente hacia dentro.

El haber vivido en tantos sitios diferentes me permitió conocer a personas muy diversas, con costumbres, culturas y comportamientos muy dispares, pero que también tienen muchas cosas en común: ese es el hilo con el que tejo mis cuentos; escribo sobre lo que sucede detrás del caparazón detrás del cual nos escudamos, escribo sobre las emociones y los sentimientos, que es lo que nos hermana a todos.

¿Fue difí­cil insertarte y hacerte de un espacio en el mercado editorial de España?

No fue nada fácil, pero no por el hecho de ser extranjero, sino porque era nuevo en el medio, los editores no me conocí­an y no se decidí­an a apostar por mí­. Afortunadamente tení­a la fuerza y la confianza de la juventud y no desistí­. Luego de varios intentos y de recibir muchos -no , fue la editorial La Galera, con Andreu Dí²ria al frente, quien me dio la oportunidad. Publicaron mi libro Guaraí§ú, con ilustraciones de Maria Rius. El libro recibió muy buenas crí­ticas, algunos premios y, a partir de entonces, todo resultó más fácil.

¿Qué temas te interesa abordar en tus libros para los más jóvenes lectores? 

Yo no busco los temas, ellos vienen a mí­, por eso es necesario ir por la vida muy atento. Algo que veo o que oigo despierta en mí­ una emoción, que estaba dentro y necesitaba ser expresada. Cuando lo que viene de afuera y lo que está dentro se juntan, producen una especie de descarga, de relampagueo interior. Eso, para mí­, es la inspiración, pues en ese momento acaba de formarse el embrión para el próximo trabajo. Escribo sobre lo que me rodea, lo que me envuelve, lo que no acabo de entender, lo que creo que podrí­a ser diferente. Escribo para darles a mis personajes la oportunidad del cambio; en algunas ocasiones lo logran, en otras no. Muchas veces en mis relatos aparece el miedo, la amistad, la necesidad de cambiar el entorno, la imaginación como ví­a de superación ¦

¿Consideras que hay algunas problemáticas que deben quedar fuera?

Creo que casi todos los temas se pueden abordar, depende de la habilidad del escritor conseguir la forma apropiada de hacerlo. La televisión está llena de escenas de gran crueldad, y los niños la miran como si fuera un inocente medio de diversión.

¿Qué elementos guí­an tu trabajo al crear una narración para niños?

Trato de sentirme lo más libre posible y dejarme llevar. Eso sí­, necesito tener muy claro la emoción que estoy trabajando, pues ella me dará las pistas para construir los personajes. Es más, ella funciona como imán y atrae las situaciones y palabras que son más adecuadas para esa narración. Por ejemplo, si estoy contando la aventura de un muñeco de madera que vive encerrado en una caja de zapatos, hay cantidad de palabras que ni siquiera despiertan en mi memoria, pues el personaje no las necesita para contar qué le pasa. Trato de dejar a mis personajes libres para que ellos vayan marcando su camino, yo luego explico lo que ellos deciden. No les impongo mis decisiones; de haberlo hecho, solamente hubiera escrito un libro, pues los demás serí­an variaciones de lo mismo.

A tu juicio, ¿qué papel le corresponde desempeñar a la ilustración en los libros infantiles?

Narrar con imágenes, de forma creativa, lo que el escritor ha narrado con palabras. Cubrir los espacios que el escritor, premeditadamente, ha dejado vací­os. Hacer suya la emoción que intentó transmitir el escritor y darle forma y color. Las ilustraciones son muy importantes, pues el lector es lo primero que ve, luego leerá el texto. Pero, insisto, no pueden limitarse a repetir lo que ya está expresado con palabras, deben ir más allá, aportar otra información, de lo contrario son un simple adorno.

¿Qué importancia concedes a los premios literarios?

Para aquellos que comienzan son una gran oportunidad. Para aquellos que llevamos tiempo en esto son un impulso para seguir adelante; los reconocimientos siempre van bien.

¿Qué autores han influido en tu quehacer literario?

Unos cuantos; por ejemplo, Julio Cortázar, Hermann Hesse, Ana Maria Machado, Lewis Caroll, Juan Farias. También las leyendas populares.

Tienes una obra muy amplia. ¿Qué libros recomendarí­as como representativos de tu trabajo de tantos años y por qué?

Pues sí­, en este momento tengo 219 libros publicados. Comenzarí­a por Guaraí§ú, porque fue el primero de muchas cosas: el primero que escribí­, el primero que ganó un premio literario, el primero en ser publicado; con él me atreví­ a enseñar lo que escribí­a, pues hasta entonces lo mí­o era una especie de diario personal. También destacarí­a Tomás y el lápiz mágico. Este libro marcó la primera colaboración con el ilustrador Gusti, luego vinieron muchos tí­tulos más. Aparte de ello, creo que fui capaz de contar mucho con muy pocas palabras. No puedo dejar Huy, qué miedo, la historia de una bruja que asusta con su sola presencia. Está inspirado en algo que le sucedió a una niña de Málaga. Ella tení­a una enfermedad bastante complicada y, cuando los padres de sus compañeros se enteraron, la expulsaron del colegio. Realmente me conmovió. Cuando se publicó el libro, fui a llevárselo y así­ pude conocerla. No puedo dejar fuera Mishiyu, mi libro número 200. Mishiyu es un niño abandonado, que vive sus dí­as en un orfanato, hasta que alguien decide adoptarlo. Con él fui capaz de ventilar un viejo secreto familiar y creo que liberé a mi madre de una carga muy pesada. Desde donde mi madre se encuentre, sé que me lo agradece, tanto como yo a Rebeca Lucciani por haber hecho unas ilustraciones tan intensas y cargadas de emoción. Yo seguirí­a, pero acabaré con Hilos y tijeras, la historia de una madre y una hija. La madre no es modista, pero se le da bien coser. Con hilos de colores y mucho cariño, logra que la pequeña entienda que ellas están juntas, aunque no se vean. Así­, la pequeña será capaz de superar buena parte de sus temores.

¿Qué deseas que ocurra cuando un libro tuyo es leí­do por un niño?

Que al acabar tenga ganas de leer otro, sea cual sea el autor. Cuando un libro nos gusta se forma un puente que nos lleva hasta otro libro. En este momento, con tanta estimulación que viene de fuera, es muy necesario leer, porque la lectura nos vuelca hacia dentro.

¿Cuál es tu máxima aspiración como escritor?

Cuando escribo soy feliz, ¿se puede aspirar a más? Bien, ahora que lo pienso, creo que sí­: aspiro a seguir escribiendo mientras sea capaz de sostener un lápiz entre los dedos.