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Cecilia Varela: "El desafío de narrar lo complejo de un modo simple"

Antonio Orlando Rodrí­guez
No son muchas las figuras de la ilustración argentina de libros para niños y jóvenes con una trayectoria comparable a la de Cecilia Varela, artista que ha publicado libros en una decena de países de distintos continentes. 

Nacida en Buenos Aires, en 1973, entre 1992 y 1996 Cecilia Varela estudió en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, donde se graduó como profesora de Dibujo y Pintura. Posteriormente residió en México durante casi una década, estancia que fue muy importante para su desarrollo profesional. Como parte de su formación, ha tomado talleres y cursos impartidos por expertos como la checa Kveta Pacovská, el irlandés Oliver Jeffers, el italiano Adelchi Galloni, los españoles Javier Sáez Castán e Isidro Ferrer y el venezolano Fanuel Hanán Díaz. 

En 2007, Varela obtuvo el primer premio del Catálogo de Ilustrador de Concultura, en México, país donde residió varios años. En el 2017, su libro El corazón del sastre, con texto de Txabi Arnal y publicado por la editorial OQO, de Galicia, mereció el Premio Vitoria Samarelli. Dos obras con ilustraciones suyas fueron distinguidas en el año 2019 con el Premio Fundación Cuatrogatos: Le comieron la lengua los ratones, texto de Silvia Molina, publicada en México por CIDCLI, y La jaula, texto de Germán Machado, publicada por Calibroscopio Editores en Buenos Aires.

Otras de las grandes y pequeñas editoriales de diversos países con las que ha trabajado son Reycraft (The Little Box, de Judy Goldman) y AV2 (The Ogre, de Enric Lluch) en Estados Unidos; Secret Mountain (Listen to the Birds y Le chant des oiseaux, de Ana Gerhard), en Canadá; Edizione Primavera (Il melo del nonno, de Fátima Fernández Méndez), en Italia; Edicions Azou (The Bewitched Canoe), en Francia; Kalimat Group (Big Problem, de Mohamad Khalil), en Arabia Saudita; Lóguez Ediciones (Despedida de tristeza y Te regalo un cuento, con textos de Jorge Gonzalvo), Anaya (Mujeres admirables. Ellas hicieron historia y Mi primer libro sobre ellas, de Marta Riobera de la Cruz), La Guarida Ediciones (Las gallinas ponedoras, de Lucía Marín; Hay que salvar a mamá, de Fran Pintadera),  Edelvives (Faquir, de Daniel Monedero), La Fragatina (Lope, el león miope, de Beatriz Gimémez de Ory), en España; Ediciones SM (Los helados invisibles y otras rarezas, de Antonio Orlando Rodríguez; Murmullos bajo mi cama, de Jaime Alfonso Sandoval; El día que María perdió la voz, de Javier Peñalosa M.), Fondo de Cultura Económica (Quiero ser la que seré, de Silvia Molina), Alfaguara (Los besos de María, de Triunfo Arciniegas; Policarpo y Elvis, de Alberto Forcada), El Naranjo (Un abrazo, de María Barada; Universo de palabras, de Eduardo Carrera; Saltatriz y Diminuto, de Antonio Granados), Tres Abejas (Encontré un..., de María Baranda), Nostra Ediciones (Checo, texto de Idalia Sautto), Océano Travesía (Introducción a la música de concierto: Bichos, de María Gerhard) y Editorial Progreso (Las fauces de Amial, texto de Alexis Ravelo), en México; Edelvives (Saltando en el bosque, de Adela Basch), Del Naranjo (Rino y Kimoti y Rita Bonita, de Sandra Siemens; Helado de dragón, de María Emilia Alcoba; Versos del nogal, de Gabriela Vidal), Pehuén Editores (Ovidio y Olimpia, de Ana María Moraga) y Oxford (Historias del año de la estrella, de Fernando Alonso), en Argentina.  

A continuación, las respuestas de Cecilia Varela a nuestro cuestionario:

¿Qué libros leías de niña? ¿Cómo llegaban a tus manos? 

En mi casa había una gran biblioteca, donde había muchísimas enciclopedias, cuentos, novelas. Mi mamá trabajaba en una editorial y le encantaba leer. Ella nos compraba y leía libros de cuentos cuando éramos pequeños.  Mis primeras lecturas fueron los libros de la colección Los Cuentos de Polidoro, que leía antes de irme a dormir. También tenía los clásicos de los Hermanos Grimm. Todavía conservo  Jim, el títere aventurero, de Lene Hille-Brandts y Doris Otto. Uno de mis libros favoritos, y que lamentablemente perdí en una mudanza, era El pájaro de fuego, una edición rusa ilustrada. Leía mucho por la noche, los fines de semana o en las vacaciones.

¿Cómo surgió tu vocación de ilustradora de libros infantiles? ¿Qué te atrajo de ese lenguaje?

Surgió por una necesidad laboral que se transformó en una vocación y en un oficio.  En 2001 trabajaba como guía de arte para niños en un museo de la ciudad de Buenos Aires. Estaba en una búsqueda laboral, personal y artística que reuniera mi interés por el dibujo y la pintura.  Al mismo tiempo dibujaba variados personajes y pequeñas historietas en un cuaderno que yo no consideraba como de mucha importancia.  Decidí entonces tomar un taller de cómic e historieta en Buenos Aires y empecé a relacionarme con ese ambiente del cómic y de la ilustración. En ese mismo tiempo, a través de una amiga conseguí mi primer trabajo de ilustración. A los pocos meses nos fuimos a vivir a México.

En la ilustración pude volcarme sin miramientos ni prejuicios acerca de lo que era dibujo o pintura y reunir mi interés por la lectura y las historias con la imagen. Fui descubriendo el lenguaje de la ilustración de manera intuitiva y autodidacta, mirando lo que otros ilustradores hacían, comprando libros, tomando cursos y talleres. Esa búsqueda y las dudas que tenía finalmente resultó ser la ilustración.

¿Durante tu formación académica en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón recibiste algunas materias específicas relacionadas con la ilustración de libros?

No recibí ninguna formación en ilustración, pero sí en materias que se relacionan perfectamente: composición, dibujo, pintura, escultura, grabado…

¿Algunos ilustradores argentinos y extranjeros te sirvieron como referentes, modelos o inspiración en tus primeros pasos en la industria editorial?

Me formé mucho más en México que en Argentina; es decir, descubrí el universo de la ilustración viviendo allá. Los primeros ilustradores que admiré fueron Elena Odriozola, Gabriel Pacheco, Aitana Carrasco Inglés, Mark Ryden, Oliver Jeffers, Manuel Monroy, Rebecca Dautremer, Shaun Tan y Kveta Pacovská, entre tantos otros.

En alguna ocasión mencionaste entre tus obras favoritas de la pintura universal El jardín de las delicias, de El Bosco, y Noche estrellada, de Van Gogh. Como ilustradora, ¿qué has aprendido de esos y otros artistas plásticos? ¿De qué forma dialogan tus ilustraciones y las obras pictóricas?

Me atrajo siempre el universo de El Bosco, de pequeña veía las reproducciones en esas enciclopedias que tenía en mi casa. De su obra me atrapó el universo inquietante, simbólico y fantástico. De Van Gogh me atrajo siempre la manera en que construye la forma desde la pincelada y el color, pero más que nada la carga emotiva que transmite su obra a través del color. 

El lenguaje pictórico forma parte también de la ilustración. No es solo a través de las técnicas para representar. Por ejemplo, trabajo con gouaches y acrílicos, lápices o a veces recurro a la técnica del collage. Intento siempre generar un clima, una atmósfera a través del color. Lo importante para mí es que con determinados recursos un artista, un ilustrador, logre comunicar algo con lo cual el espectador se identifique y se conmueva.

Me gusta volver a mirar obra de los grandes artistas del pasado o descubrir otros que no conocía. Nuestra mirada cambia con el tiempo y es muy interesante ahondar en nuevas lecturas acerca de sus obras. Con el tiempo la mirada se concentra más en la esencia, al menos eso es lo que me gustaría. El desafío de narrar lo complejo de un modo simple .

En el año 2007 ganaste el primer premio del Catálogo de Ilustradores en México. Viviste varios años en ese país. ¿Qué representó esa etapa mexicana para el desarrollo de tu carrera?

México fue fundamental para mi trabajo y para mi vida. Es mi otra patria y segundo hogar. Fue muy importante para el desarrollo de mi carrera, me brindó en aquella etapa la estabilidad económica que nunca pude tener en Argentina. De esa manera pude concentrarme y avocarme a mi trabajo, tener acceso a espacios de cultura y ferias, a otros colegas, a cursos y talleres. Siento un gran cariño y mucho agradecimiento por México.

Has ilustrado textos muy diversos, de escritores de diferentes estilos y países. ¿Cómo logras conectar con obras tan disímiles y hacerlas tuyas?

En todas las obras siempre hay un elemento a través del cual identificarse, eso es para mí la clave para lograr la interpretación y empezar la búsqueda del cómo y con qué. Ser y sentir el personaje, encontrar en uno mismo esos aspectos para la interpretación. Recrear una mirada propia sobre esa obra.

¿Cuál es una buena ilustración? ¿Qué le pides?

Qué pregunta difícil. Le pido que no exagere, que diga mucho con poco y que deje cabos sueltos para que el espectador se pregunte más cosas. 

¿Poesía? ¿Narrativa? ¿Qué posibilidades y retos te brinda cada uno de estos géneros literarios? ¿Qué te exige y que te permite cada uno?

Ambas me gustan. La poesía me gusta mucho, es para mí lo más difícil de ilustrar. En ambos géneros el reto siempre es no caer en la literalidad, trabajar mucho el cómo y con qué. En la poesía el desafío está en no sobresaturar el discurso de la imagen, en sugerir. En la narrativa se toman los elementos ya dados en la historia, pero sin caer en lo literal, logrando una narrativa visual que dialogue con el texto y que incluso agregue y lleve más allá. 

Tu obra trasluce una gran versatilidad, pareces sentirte a gusto asumiendo lenguajes diferentes, desde la ingenuidad de la figuración de Otto y Kimoti, con texto de Sandra Siemens (Del Naranjo) a la estilización y el lirismo de Despedida de Tristeza, con texto de Jorge Gonzalvo (Lóguez). ¿Qué te aportan esos cambios de miradas, de registros?

Forman parte de mi propio crecimiento, de lo que aporta el tiempo en la construcción de una mirada en cada ilustrador. Es la búsqueda en la forma del modo de decir propio. Cada texto que he ilustrado fue un trabajo interno sobre mi propia mirada acerca de lo que la historia contaba. Todos tenemos una capacidad para empatizar e identificarnos con alguien o algo, con determinada situación de la historia, incluso con un objeto, si logramos percibir y observar lo que tienen para decirnos y mostrarnos.

Tienes una extensa bibliografía y no vamos a incurrir en el error de preguntarte cuáles de tus libros publicados te complacen más. Pero sí nos gustaría que, haciendo un recorrido retrospectivo, nos contestaras esto: Si alguien que no esté familiarizado con tu obra quisiera formarse una idea acertada de tus búsquedas y tus hallazgos como ilustradora a lo largo de los años, ¿qué libros le sugerirías ver? ¿Cuáles consideras especialmente significativos en tu carrera y por qué? ¿Qué te permitieron descubrir o lograr?

Un abrazo, de Maria Baranda (Ediciones El Naranjo).

Fue una gran oportunidad para mí  poder trabajar en la interpretación de un texto poético como el de Maria. Es de mis primeros libros de poesía. Allí logré una historia creando un personaje, una pequeña niña, que está en busca  de un abrazo.

Te regalo un cuento, de Jorge Gonzalvo (Loguez Ediciones).

Este libro es muy especial para mí, fue mi primer libro álbum. El texto es una carta donde el escritor regala un cuento que es el mismo texto. Con Jorge nos conocimos a través de los blogs, cuando estos recién aparecían. Nos propusimos llevar el texto a formato libro álbum, trabajé muchísimo en él y fue una gran satisfacción que Lóguez lo publicara. Ya va por su cuarta edición.

Con las manos vacías, de Ana Tortosa (OQO).

Este libro también es muy especial, por la calidez de Ana y la libertad que tanto la editorial como la escritora me permitieron para interpretarla. Es un libro álbum muy poético y logré en él dar mi propia versión de la historia a través de la imagen. Podría decirse que es netamente un libro álbum.

La jaula, de Germán Machado (Calibroscopio).

Germán había posteado en su Facebook que algunas editoriales le rechazaban un texto suyo que quería publicar. Como soy muy curiosa le pregunté si me lo podía enviar, que quería saber de qué se trataba. Y cuando lo leí me encantó. Me pareció genial. Le pregunté si podía ilustrarlo. Afortunadamente aceptó. Preparé una muestra y Germán la envió en un nuevo intento a otra editorial. Y fueron los editores de Calibroscopio quienes la publicaron. Ha recibido dos premios importantes, el de la Fundación Cuatrogatos y el White Ravens. Tomé la forma de la jaula y la asocié con la forma de la casa donde vive el niño, aludiendo al concepto de encierro. 

¿Qué te hace aceptar o rechazar un texto que te solicitan ilustrar?

¡Qué difícil! He  rechazado muy pocos textos: mi único ingreso económico ha sido la ilustración, por lo cual no puedo darme ese lujo. Cada texto me ofrece una posibilidad y es un desafío. Me gusta, sí, aventurarme y arriesgarme con textos que me han parecido estupendos y que aún no tenían editorial. En casos como esos le he propuesto al escritor ilustrarlos. Así sucedió con Te regalo un cuento y con La jaula.

¿Cuál es el mejor consejo que te dieron en tus inicios, el que te ha sido más útil en tu carrera como ilustradora?

Leer bien los contratos y asesorarse. Habrá cuestiones que por ciertas circunstancias económicas propias dejarás pasar y otras que no estarás dispuesto a negociar ni ceder.

¿Qué recomendarías a los jóvenes interesados en convertirse en ilustradores profesionales?

Dibujar y pintar mucho, observar y leer el mundo.

¿Qué clásico de la literatura te gustaría poder ilustrar algún día?

Desde que leí de pequeña el cuento "El traje nuevo del emperador", de Andersen, me encantó. Así que me gustaría poder ilustrar ese clásico.

Entrevista puesta en línea en marzo de 2020.